El relato de la vida en la Tierra se cuenta por miles de millones de años. En toda la historia jamás ha existido una especie tan hostil como el ser humano. La fauna y la flora del mundo sufre hoy el mayor ataque de todos los tiempos, como pone de manifiesto la tasa actual de extinción de seres vivos, que no tiene precedentes según el último informe de la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad (IPBES).
El caso más extraordinario que evidencia el impacto que tiene la actividad humana se encuentra en Chernóbil. Tras la explosión de la central nuclear en abril de 1986, el Gobierno de la Unión Soviética se vio obligado a evacuar a cientos de miles de personas y a crear una zona de exclusión que no podrá habitarse en los próximos 20.000 años.
Sin humanos, la vida hoy se abre camino. «Estamos hablando de una región muy amplia que fue abandonada por los humanos hace treinta años. Es un lujo que no ocurre en ningún otro lugar de Europa. Y claro, sin ruido, luz, pesticidas y caza, los animales han proliferado de forma espectacular», reconoce Germán Orizaola, biólogo del grupo de Ecología en Ambientes Extremos de la Universidad de Oviedo.
Orizaola lleva cuatro años viajando cada primavera hasta la ciudad ucraniana para investigar en la zona de exclusión, que abarca un radio de más de cuarenta kilómetros alrededor de la central, esta inesperada explosión de vida. «Te encuentras de todo: osos pardos, bisontes, caballos salvajes, linces, alces y más de doscientas especies de aves, entre otras muchas especies. La biodiversidad es realmente muy rica», asegura.
Y al contrario de lo que uno podría imaginar, los nuevos habitantes de Chernóbil se encuentran sanos. «A nivel de individuo sí que se han visto pequeños efectos de la radiación, sobre todo los investigadores que trabajan con aves. Por ejemplo, golondrinas que no producen esperma o que tienen su sistema inmune dañado. Pero incluso en los sitios más contaminados hay especies que gozan de muy buena salud. Yo he trabajado a menos de un kilómetro del reactor y he encontrado una población de anfibios fantástica», confiesa. Esta increíble proliferación de vida fue retratada en el capítulo Bosques de la serie Our Planet, presentada por David Attenbourough.
A Chernóbil se la conoce como la ciudad fantasma, pero a través de los ojos de Germán se parece más bien a un parque nacional. «Desde un punto de vista científico es un espacio muy interesante que permite conocer cómo reacciona la vida en situaciones extremas. Desprende además una magia especial y ofrece una lección que debería hacernos reflexionar. Somos una especie muy negativa. Nuestra simple presencia supone una amenaza. Quizás la mejor ayuda que podemos brindarle a la naturaleza sea que nos hagamos a un lado. Ella sola podrá regenerarse. Chernóbil representa el mejor ejemplo», subraya.
Jabalí (Sus scofra). Autor: TREE Project / Sergey Gaschack
Bisonte europeo (Bison bonasus). Autor: TREE Project / Sergey Gaschack
Lobo europeo (Canis lupus). Autor: TREE Project / Sergey Gaschack
Rana verde centroeuropea (Pelophylax lessonae). Autor: Germán Orizaola
Trabajo de campo dentro de la Zona de Exclusión de Chernobyl. Mayo de 2019. Pablo Burraco muestreando en una zona con nivel medio de contaminación radioactiva. Autor: Germán Orizaola
Azbuchyn lake, Zona de Exclusión de Chernobyl. Zona de charcas a sólo un kilómetro de la central nuclear, que se ve al fondo. Mayo de 2019. Autor: Germán Orizaola
Lince europeo (Lynx lynx). Autor: TREE Project / Sergey Gaschack
Fuente:
La voz de Galicia